Solo en contadas ocasiones el público cordobés recibe la visita de músicos del calibre de Steve Hackett, quien es su juventud formó parte de Genesis y GTR. El pasado jueves, todos los fanáticos del rock sinfónico tuvieron el privilegio de disfrutar de un artista que no solo está presente en el Salón de la Fama del Rock & Roll con Genesis, sino que su carrera solista es, en muchos aspectos, la cúspide del género.
A las 21:40, sólo diez minutos después de lo pactado, subieron todos los músicos al escenario de la Sala de las Américas, dentro del Pabellón Argentina en la UNC. Sin palabras de por medio empezó el show con Please don’t touch, una pieza que permite a Hackett, desde los primeros minutos del espectáculo, manifestar todas las técnicas que domina con su instrumento, siendo la menos convencional la de tocar con el canto de la mano derecha, una especie de tapping menos preciso, pero con más cuerpo. “Estoy muy feliz de estar en Córdoba” dijo Steve, con un casi perfecto español, justo antes de interpretar Everyday. Los coros provistos por Gary O’Toole detrás de la batería y de Rob Townsend, encargado de los vientos, denotan la experiencia y el ensayo de todos los músicos, que tocaron y cantaron con una prolijidad sin precedentes.
A continuación vino Behind the smoke, una canción que Hackett compuso junto a su mujer, y que está dedicada a todos los refugiados del mundo. Es parte de Night Siren, el último disco solista del británico, y su poderoso riff se mezcla con secuencias lentas y melancólicas, una perfecta representación de la violenta y triste lucha de todos los exiliados y perseguidos alrededor del globo. La canción es, además, una buena oportunidad de todo el conjunto para demostrar su dominio de métricas cambiantes y poco convencionales.
“¿Están contentos?”, siguió Hackett, y dio paso a In the skeleton gallery, una canción muy ambiental, con una atmósfera oscura. Steve alterna entre la guitarra y la armónica, y junto con las teclas de Roger King van aclarando la escena, hasta llegar a la última sección de la pieza, que es alegre, casi festiva. En la lista seguía When the heart rules the mind, uno de los mayores clásicos de GTR, conjunto en el cual Hackett compartió escenario con Steve Howe, guitarrista de Yes. Para interpretar esta canción subió al escenario Nad Sylvan, el autodenominado “vampiresco progresivo”. Este carismático personaje, con su particular forma de vestir y de cantar, aportó una dosis teatral a la performance que, de repente, era tanto visual como sonora.
Aún con Sylvan en el escenario sonó Icarus ascending, una canción etérea, eólica, liviana. Los arreglos y detalles de la guitarra de Hacket generaron el efecto de soltura, de viaje en el aire. Fue en este punto de la noche donde se puso de manifiesto el verdadero talento de los artistas sobre el escenario: no sólo cada músico es virtuoso en su arte, sino que todo el conjunto de sonidos y melodías cuentan una historia única. Igual que un rompecabezas, cada pieza individual dibuja una parte de una escena, que es un producto artístico nuevo e irrepetible. Hackett y compañía son excelsos en el arte de ponerle ritmo, melodía y armonía a un concepto. En Icarus ascending, ese concepto es el viento, el aire, la fluidez de algo que vuela sin cadenas, y todo esto fue explícito en su interpretación. Una demostración de talento en su máxima expresión.
Se sucedieron rápidamente y sin intervalos Shadow of the hierophant, Dancing with the moonlit Knight, One for the vine e Inside and out. En esta última canción es importante destacar los rápidos triplets a una sola mano de O’Toole y el velocísimo clarinete de Townsend. “La siguiente canción es andrógina, es emocionante y muy sexy. Tiene muchos crescendos” expresó Hackett, en inglés esta vez. Estaba hablando de Fountain of Salmacis, que terminó por ser una de las canciones más aplaudidas de la velada. El punto más alto del show sería, sin embargo, después de la impecable interpretación de Firth of fifth, que fue ovacionada de pie. Siguió en el set The musical box, seguida de Supper’s ready, siendo esta última uno de los mayores hits de Genesis en la era de Peter Gabriel. Para cerrar esta maratónica canción de 23 minutos de duración, Nad Sylvan volvió a ponerle movimiento a la interpretación, haciéndola ligeramente teatral.
Solo cinco minutos después de las doce de la noche llegó Los Endos, para cerrar un espectáculo sinfónico, progresivo, multicolor y muy, muy ambiental. Con un poco de atención es posible capturar la idea detrás de la música, y acompañar a Hackett y a todo el conjunto a los viajes y aventuras que ellos propongan, siempre confiando en su guía, y con una guitarra bajo el brazo.
Crónica realizada por Remigio Gonzalez, fotografías Nicolas Papa para www.delaviejaescuela.com
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