FAST FOOD, NICE GUYS, SEATTLE SUPERSONICS: “Tributos y honores en el teatro Vorterix”

Uno de los legados más grandes y gloriosos del rock del siglo pasado, ascendió nuevamente en vivo, en carne y hueso, con el impulso de una reivindicación que desbordó el Teatro Vorterix.

Ezequiel Díaz, cantante de “Seattle Supersonics”.

Uno de los legados más grandes y gloriosos del rock del siglo pasado, ascendió nuevamente en vivo, en carne y hueso, con el impulso de una reivindicación que desbordó el Teatro Vorterix. A pesar del domingo y su parsimonia, de la fila que se extendía como un bostezo esperando a entrar, y del consiguiente día laboral, pudo darse lugar ni más ni menos que a los espíritus extasiados y desenfrenados de Foo Fighters, Green Day y Nirvana. Los responsables de haberlos desatado, quienes frotaron la lámpara a conciencia, fueron los impetuosos Fast Food, los impecables Nice Guys, y los sagaces Seattle Supersonics, que despertaron una vez más en el espíritu argentino.

Todo comenzó con la melena, las muñequeras y la platinada y fulgurante guitarra de Leo, quien no solo llevaba puesta las pieles y los raudales de buena onda de Grohl, sino que además aguantaba en la garganta aquellos gritos desgarradores conocidos por todos, los cuales ya se sentían tronar con “All my life”, y siguieron un rato después, tormentosos, en “The Pretender”. Los primeros temas ardieron como las efes de Foo Fighters, como una hamburguesa recién sacada.

Fast Food, desacargando los clásicos de Foo Fighters.

En pocas palabras, “Fast Food” cumplió con su deber por donde se lo vea. Tocaron un “My hero”, logrando esa sensación aérea que generan muchos de sus temas (dicho sea de paso, se sospecha que varios se quedaron con las ganas de escuchar “Learn to fly”). Y justo aquí aprovecharon para hacer un guiño a “Pescado”, chanfleando esta canción hacia esa pentatónica innata de “Post-Crucifixión”. Repasaron las partes centrales de la discografía de FF. “Times like this” despuntó los bellos de los antebrazos. E indefectiblemente, homenajearon la memoria de Taylor, gracias a los dotes de Emiliano, al comando de esa locomotora que fue la batería de aquel titán, pero que todavía sigue marchando en álbumes y, más importante, en los escenarios. Entonó “Cold day in the sun”, trocando lugares con Grohl, quiero decir, Leo, él en la batería y aquel en el micrófono. Ejecutó los más explosivos solos, por ejemplo en “Everlong”, aunque nunca descuidando el equilibrio en el instrumento, como con los platillos de este tema de un temple Pixies. Y se llevó – seguimos hablando de Emiliano – los merecidos aplausos de todo el mundo. La lista de temas se completó con “The pretender” y “The best of you”, y la consecutiva conexión con el público que lograron los “Fast Food” sacándole la máxima chispa a las obras pilares de sus y nuestros héroes, los Foo Fighters.

Le siguieron, desde Rosario, la banda más idóneamente Green Day que se pueda jamás presenciar: “Nice Guys”. Desde que entraron hasta que se fueron, lo cual fue costoso, ya que no los dejaban irse, estuvieron en constante sincronía con el público, desde la ida y vuelta de los “Hey oh”, hasta los numerosos pogos típicamente punk, es decir, arduos de transitar. Para ello se sirvieron de “Basket case”, que catapultó la cuestión desde el vamos, “Know your enemy”, y también de “Welcome to paradise” y ese riff vampírico que, como no podía ser de otra manera, termino entre saltos y empujones. Aunque también, haciendo uso de un material audiovisual muy bien producido, sin descuidar nunca el vestuario de Green Day en general, pero en específico la strato verde agua empapada de stickers, sucedió que en algunos momentos el trío estadounidense parecía salir de la pantalla, confundiéndose con nuestro cuarteto.

Nice Guys, pisando las tablas del Teatro Vorterix.

En la misma línea, el ensamble que se formaba entre estos chicos tan agradables y los espectadores resaltó en “Holiday”. Acá Juan Manuel (guitarra y voz) tenía preparada la ritualística linterna, cuya fuerza dispersó por todo el campo (en todos los sentidos: la terminó arrojando para algunas manos suertudas). Ahora bien, desde el otro lado también tenían algo preparado. Emergieron repentinamente unos volantes en irónica alusión al clima electoral. Llegado un punto, precisamente en “21 guns”, hasta le pedían a Juan Manuel que se saque todo: No era suficiente con que haya revoleado, además, la corbata roja. Y tampoco lo era con una decena de canciones, así que nos dieron de yapa, cuatro temas más. El final, con el gesto conmovedor de todo desenlace, fue coronado con un “Good riddance” paradigmáticamente acústico.

Luego de un descanso, en donde las pulsaciones no bajaban. Se avecinaban los Seattle Supersonics, y si lo anterior había estado desenfrenado, con ellos lo estaría aún más. A esta altura del concierto, la templanza del domingo, junto a cientos de latas de birra, estrujadas y vacías, descansaban en los tachos; aunque algo de eso pervivía, un humor opaco, que si bien no puede ponerse en palabras, salió nítido y claro en “Dumb”. Ya el bajo disparaba notas huecas y eclosionadas, largas como Cristian y Krist, a la manera de un revólver con silenciador, anticipando “Come as you are” donde así mismo se hacen notar. Ese caldo, a veces espeso, a veces hirviente, que es Nirvana, ya empezaba a revolverse.

Las cuerdas quebradas y rasposas bullían desde la laringe de Ezequiel, atravesando el flequillo que cubría todo su rostro, pasando por el micrófono, para llegar a los tímpanos de todos, retorciéndolos tanto en “Breed” como en “Lithium”, y logrando que los cuerpos se revuelvan caóticamente en eso que, a falta de sinónimos, volvemos a llamar pogo. Al llegar aquel hipnotizante estribillo de “Rape me”, se sumaban las voces de todos los expectantes, que lo coreaban, produciéndose una suerte de mantra. Este humor espiritual se apantalló con “Pennyroyal tea”, grandísimo tema ejecutado tan solo por una persona, una guitarra acústica, y cientos de luces envolviéndolos en una cáscara romboidal.

“Hay otro Grohl entre ustedes”, dijo Esteban (batería), justo antes de que Leo se sumase al ágora que se había tornado el campo. A base de bombo y caja, y un ímpetu descomunal, hizo enloquecer aún más a todo el mundo, sobre todo cuando sonó “Where did you sleep last night”. Son de notar, además, la cantidad de solos rabiosos que Esteban se dio el gusto de brindarnos.

Momento de los Seattle Supersonics.

Por lo demás, nadie quería irse, y era obvio que ni siquiera “Come as you are” iba a saciar todo aquel “no sé qué” que siempre se termina por acumular y contraer con Nirvana. Este supuestamente último tema lo dedicó Ezequiel para aquellos que no iban a dejarlos terminar. Los Seattle Supersonic no pararon de resaltar la consideración que dan a la audición y el respeto con que interpretan la música a que rinden culto. Así, no había otra manera de terminar esta velada que con un sacrificio. Las luces se apagaron. Sonó en mayor parte ruido: gritos, distorsión, y pies saltando, que luego se tradujo en verdadero ruido: el de la guitarra de Ezequiel despedazándose poco a poco contra el suelo del teatro.

En conclusión, la Vieja Escuela pudo disfrutar de una jornada de tres gigantes del rock. Los cuales fueron interpretados y puestos en acto por los Seattle Supersonic, Nice Guys, y Fast Food, estas tres honorables bandas, que siempre vale la pena ver y escuchar.

Crónica realizada por Theo Gabriel Ortega Di Pietro, fotografías a cargo de María del Mar Copes, para www.delaviejaescuela.com

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