Después de poco más de 11 años, el cuarteto de Haedo volvió a pisar suelo Cordobés.
Nostalgia y caravana. Los dos adjetivos perfectos para describir la mística que se generó en Club Paraguay, el viernes pasado. Árbol volvió a los escenarios el regreso a la docta era inevitable.
En agosto de 2017 el punto final en la carrera de los cuatro de Haedo muto a puntos suspensivos con la edición de “Tiembla el piso” y el anuncio de un show en el Festival Ciudad Emergente de ese año. Hoy, dos años después, con el sucesor de “No me etiquetes” (2009) cocinándose, agotaron las localidades del Teatro Vorterix y por supuesto Córdoba era cita obligada. El encuentro fue en la despedida de Club Paraguay del viejo y querido Abasto.
Calentando las tablas, las Tranki Punki y su punk rock fusión con ritmos latinos y letras de contenido y lucha social. El repertorio elegido repasó su disco “No me digas que no pasa nada” y mucho algunos adelantos de su próximo LP, “Fuego”, pronto a editarse.
Cerca de las 23, las luces se apagaron y del costado del escenario aparecieron los cuatro fantásticos. Los cuatro vestidos completamente de blanco. No, no eran Los Beatles. Eran los Cuatro de Haedo. Los mismos, pero un poco más viejos. “Tiembla el piso” abrió la lista del show reencuentro entre Árbol y su público cordobés. Lo curioso fue lo heterogéneo de la gente que se acercó a Club Paraguay. Padres acompañando a sus hijos, grupos de adolescentes y mayoritariamente quienes ya estamos entrando en la post adolescencia (adultez suena muy fuerte) y vivimos una regresión a la post-adolescencia/adolescencia misma. Me incluyo dentro del último grupo.

“Soy vos” y “Ya se” cerraron el triplete del arranque y dieron paso a los primeros saludos. “Los extrañamos”, afirmó Pablo, siempre al frente. Paso siguiente, comenzó a sonar la típica melodía y el ritmo de marcha circense de “La nena monstruo”. “Les quiero presentar al bajista que nunca dice una sola mala palabra. Con ustedes, Sebastian Bianchini”. Ya sabíamos que venía Osvaldo. “Prejuicios” y el violín característico, con el plus del cambio en la letra en algunas puteadas que (por fin!) ya sabemos que no dan.
“Les queremos presentar a Viru. El toca en Tru-la-la y está noche nos va a estar acompañando con el acordeón”. Pablo pidió un aplauso para su invitado antes del fogón en “Pequeños sueños”. Acto seguido, “La vida es todo lo que vos quieras”, el segundo single del nuevo material que sabemos va a llegar pronto.

El momento más nostálgico dentro de tanta nostalgia instaurada en el ambiente fue al sonar “Ya lo sabemos”, una de sus canciones más bonitas. Los cuatro estaban muy emocionados, tanto que se les notaba en el cuerpo. Tanto, que Pablo sintió la necesidad de externalizar. “Estoy más tímido que de costumbre. Es mucho y todo junto. De acá para arriba hasta el final, ayudenme.” “Suerte” fue la primer ronda de la noche y el primer pogo masivo. A continuación, Pablo cedió su protagonismo y “Adentro del mar” fue entonada por el violero Hernán Bruckner.
De acá hasta el final, un tsunami de regresiones. “Trenes, camiones y tractores” y el amor adolescente, la cumbia hardcore en “Chikanorexica”, los miedos de la infancia (y de la vida) homenajeados con “Ya lo sabemos” y algún que otro lagrimón soltado por ahí. El pogo divertido y sonriente en “Enes”, enganchado con “Vomitando Flores” y el mar de manos levantadas.

Ahora de grandes, y con más calle recorrida, es fácil darnos cuenta que las coloridas y simples letras de Arbol cargan en realidad con muchísimo contenido y que en la época que fueron concebidas era hasta incluso impensado tocar ciertos temas. “Prejuicios” bien puede servir de ejemplo de lo que viven los jóvenes hoy en día, la necesidad de aprobación social mostrándose en redes sociales. Otro ejemplo grandísimo es “Ya me voy”, con la que se empezaron a despedir. Todo muy 2001. O 2019.
Con “Chapusongs” (2002) y “Guau!” (2004) repasados casi en su totalidad, el show era perfecto. Para el último acto guardaron lo mejor. Pablo y Tincho Millán intercambiaron lugares y roles. Romero se hizo cargo de los parches y platillos para que Tincho prestará su voz en “Lloro”: “Tengo el mejor baterista del mundo”, sentenció. “De arriba, de abajo” y “Cosacuosa” brindaron la dosis final de hardcore y distorsión, sabíamos que venia para el cierre.
No existe ser que no cantara con los brazos en alto y una sonrisa en el rostro “El fantasma”, muchos por primera vez y otros recordando antaño con lágrimas rodando por los cachetes. Fue lo más emotivo de la noche, el broche de oro perfecto, pero faltaba una más.

Entre banderas y las luces que iluminaban todo el local, sentenciaron: “Lo sacamos al gato en octubre, no?”, en el único momento de la noche en que el público se vio dividido. Por suerte ahora sabemos que compartimos este lado de la mecha.
Totalmente despojados de instrumentos más allá de sus voces, generando la atmósfera oscura que el tema invoca, nos regalaron su versión de “Jijiji”, el clásico ricotero que supieron hacer en propio. La foto final fue la del pogo más grande del mundo mientras tarareaban la viola que inmortalizó el flaco skay.
La vida es todo lo que queramos. El Árbol volvió a echar raíces.
Cronica: Cabeza Martinez
Fotos: Franco Alonso
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