Las provocaciones que nos ofrecen las canciones de Pink Floyd son enigmáticas, y no es para menos al momento de pensar a una de las mejores bandas de todos los tiempos. No solo fueron visionarios a nivel musical sino también en el sentido estético, la gráfica, los sonidos, los símbolos, ¡la película!, etcétera… en este marco de maestros del delirio cósmico (y cuando todas las relaciones internas de la banda seguían en “calma”) en 1971, David Gilmour se iluminó y decidió sumar un nuevo integrante: un perro.
La idea surge cuando el guitarrista tuvo que cuidar a la mascota de su amigo Steve Marriott, llamada Seamus. Este perro cada vez que escuchaba una canción o el ensayo de Gilmour comenzaba a ladrar y aullar al ritmo de la música. Claro que no faltaron más razones para que se convirtiera en el 5to Pink Floyd debutando con una pequeña canción de blues, titulada con el nombre del perro, incluida al álbum “Maddle”.
Nada más parecido a Puchi “el perro rockero”, Seamus se puede notar “cantar” en el single “The Universal” de los Small Faces” de 1968 grabado en estudio. En la grabación se puede escuchar a un miembro de la banda acotar “it’s an real dog!”. Tiempo después, el director Adrian Maben filmó la única versión de “Seamus” en su película “Pink Floyd: Live at Pompeii“, pero, debido a que el perro no se pudo presentar, una lobera alemana llamada Nobs aulló en vivo mientras Gilmour tocaba la armónica y Roger Waters tocaba una stratocaster.
Sin embargo, Seamus quedó en la historia anecdótica de Pink Floyd para los sabelotodo y fanáticos. A pesar de su fugaz participación, sus ladridos se volvieron a repetir en algunos discos emblemáticos más como “The Wall”.
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