¿Qué hacés? Pasá… Esto es La Ganga Literaria; una historia y un tema en loop. Fácil. Una experiencia. Aunque si no querés escuchar el temita repitiéndose mientras leés, porque te distrae, lo podés escuchar después pensando fuerte en la historia. O lo podés escuchar antes; da lo mismo. Tampoco te vamos a andar vigilando.
Pero leelo. Y escúchalo. La cosa es que los mezcles como los que mezclan este vinito con ese quesito, la pizza con la cerveza, la tuca con la uña y esas cosas que dan placer y que son un acto de justicia y de amor propio.
Ojo: esta experiencia se disfruta mucho más si transita en horario laboral, robándole minutos a tu jefe; vos sabés.
También si estás fumado y con buenos auriculares. O fumado en el trabajo… Bienvenidx
“Como matar un cordero” por Marta Monteagudo.
Silvia está sola en su casa, está sola en la vida, no tiene padres, hermanos, ni hijos. Tampoco amigos. Uno a uno se han ido alejando.
Por norma detesta a todo el mundo, está enredada en su propia desgracia y es incapaz de sentir la mínima empatía por nadie; es muy difícil tratar con ella sin sentir deseos de acogotarla por su negatividad y mala onda.
Nada la conmueve. Publica en las redes largos parlamentos sobre su desgracia. Tiene una marcada pulsión de muerte, fuma hasta tres paquetes diarios y toma mucho alcohol, hasta caer dormida en cualquier lugar de la casa. Como tiene muy buen sueldo y ningún proyecto, gasta sin sentido, por ejemplo, dándole de comer a Terry, su perrito, buenos cortes de carne que le recomienda el avivado del carnicero. Siempre cocida.
Tiene un jardinero que va cuando ella está trabajando por la mañana, tiene llave de la casa. Silvia le deja un sobre con el dinero sobre la mesa para evitar verlo. Su patio es perfecto, igual a los de las revistas de decoración.
Suena el timbre, abre refunfuñando, recién llega de trabajar.
– Hola Silvia. Acá traigo el cordero que compramos a medias, lo tengo en la camioneta.
Es Polo el vecino que le propuso comprar el cordero a medias. Ella aceptó porque le gustan las costillitas a la parrilla con una buena botella de tinto, y a su perro también le encanta. Silvia se lo hierve en el anafe que tiene en el lavaderito de afuera porque tiene una extraña teoría sobre la carne cruda y los parásitos y aunque se le aclare mil veces que lo peligroso son las vísceras, no hay manera de convencerla y sólo le da carne cocida.
– ¡Ufa, che! ¿por qué no lo bajaste en tu casa? ¡Si sabés que duermo la siesta a esta hora! Me agarraste levantada porque había una vieja marmota adelante mío en el cajero, que si no ya estaba en la cama y ni te atiendo. ¿Por qué no me lo traés después? Ni siquiera enchufé el freezer.
– No. No lo puedo entrar al departamento.
– Pero ¿por qué no podés?
– Porque no puedo.
– Bueno, dale, bajalo de una vez que me quiero acostar.
Polo va hasta la camioneta, baja la puerta de la caja trasera y un animal atado de una correa baja dando un saltito, parece un cordero bebé.
– ¿Vos estás en pedo o qué te pasa, pelotudo? ¿Cómo vas a traer un animal vivo? ¡Devolveme la plata y rajá de acá!
Grita Silvia mientras su caniche ladra descontrolado. Polo se manda al patio con rapidez, tironeando al cordero de la correa, tratando de evitar un escándalo mayor.
– Pero ¿qué hacés en el patio con ese bicho? Ya te dije ¡Devolvelo!
– Ya te dije que no puedo, que no me devuelve la guita, me cagó el paisano. Me re-cagó.
– Bueno, si te cagó te jodés. Matalo donde se te cante el culo y traeme la carne ¡ANDATE DE ACAAAA DE UNA VEZ!
Grita Silvia con los ojos casi fuera de sus órbitas.
– Sil, en serio -trata de calmarla Polo- ¿Dónde querés que lo mate, en mi departamento, delante de los chicos? Ni balcón tengo… Dale Sil, lo matamos en un pedo acá que tenés pasto, no puede ser tan difícil…
– Pero ¿qué te pasa Polo? ¿Vos estás loco o sos tooooodo pelotudo?
– No, no por favor, daaale, lo matamos y chau, en menos de veinte minutos resolvemos todo, traé un cuchillo bien filoso y encerrá a ese perro que me pone nervioso.
El caniche ladra como loco, ladra como… si quisiera comerse el cordero. Silvia lo agarra del collar y lo lleva adentro. Enseguida aparece con una cuchilla enorme, sin uso, esas Ginsu que compró hace mil años en Sprayette, decía la publicidad que cortaba cualquier cosa. Polo sentado en uno de los sillones de hierro blanco con almohadón blanco con finas líneas discontinuas color lila, sostiene al cordero entre sus piernas y le rasca la cabeza de lana enrulada, mientras consulta un tutorial en youtube desde el celular, en la busqueda escribió “como matar un cordero”.
– Tomá, metele -le dice a Polo tendiéndole la cuchilla.
– Esperá que termino de mirar esto…
– ¿Vos nunca mataste un cordero Polo?
– No. Pero parece bastante fácil.
– ¿Cómo vamos a hacer?
– Traé una soga o un alambre para atarle las patas.
– Pero no tengo soga, ¿qué te pensás que esto es una ferretería?
– Bueno algo… hilo, o lo que tengas.
Silvia se fue al lavadero a ver que encontraba entre las cosas inútiles que guardaba. Volvió con un par de cordones.
– Acá encontré cordones de zapatos viejos.
– Bueno, vamos bien, atale con uno las dos patas traseras y con otro las delanteras. Dale que te lo sostengo.
El corderito bala desesperado, patea e intenta pararse. Polo se acuclilla detrás del corderito y le apoya una rodilla encima, apenas presionándolo, le sostiene juntas las patas. Silvia lo ata, en cada cordón hace un nudo y un moño, como ataría un zapato.
– Listo, matalo de una vez.
– Sostenelo firme- dice Polo.
Silvia sostiene el cuerpo y Polo le sostiene con la mano derecha la cabeza estirada mientras que con la izquierda aproxima el filo de la cuchilla a la yugular. Silvia mira para otro lado.
Polo apenas consigue un corte superficial en el cuello, de donde a comienza a salir sangre. El corderito bala y bala, como llorando; es un animalito adorable.
Los dos escuchan lo mismo, el animal se para y los cordones se desatan de inmediato. Corre desesperado, salpicando todo de sangre como spray. Se ensucia toda la lana suave y enrulada.
Dejan el cordero corriendo por el patio y entran a la casa huyendo de la sangre. Sangre y sangre spray por todo el patio. El perro, encerrado, ladra enloquecido. Las manchas que va haciendo el corderito en su carrera loca, cesan pronto. Finalmente se echa agitado abajo del naranjo y bala bajito.
Silvia se lava las manos y los antebrazos, frotándolos con fuerza, toma dos vasos y sirve dos whiskies dobles, sin hielo, le tiende uno a Polo y ella se toma el suyo apurando todo su contenido de una vez.
Va hasta su dormitorio y busca dos mil pesos. Los pone sobre la mesa, al lado de Polo, mientras mira por la ventana al corderito con ternura. Polo mira la plata y no entiende, ella ya le había pagado los dos mil de su parte.
– Dejá, dejá, guardáte la plata. Yo ahora lo curo, pobrecito. Mirá el susto que tiene ¿no lo escuchás?
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