“Un asesino” por Darío Sansone

¿Qué hacés? Pasá…  Esto es La Ganga Literaria; una historia y un tema en loop. Fácil. Una experiencia. Aunque si no querés escuchar el temita repitiéndose mientras leés, porque te distrae, lo podés escuchar después pensando fuerte en la historia. O lo podés escuchar antes; da lo mismo. Tampoco te vamos a andar vigilando.  

Pero leelo. Y escúchalo. La cosa es que los mezcles como los que mezclan este vinito con ese quesito, la pizza con la cerveza, la tuca con la uña y esas cosas que dan placer y que son un acto de justicia y de amor propio.

Ojo: esta experiencia se disfruta mucho más si transita en horario laboral, robándole minutos a tu jefe; vos sabés.

También si estás fumado y con buenos auriculares. O fumado en el trabajo… Bienvenidx

Lucas llegó a su departamento, se sacó los zapatos y se dejó caer sobre la cama. Había salido temprano hacia la facultad y, después de cursar 4 horas seguidas de análisis matemático, viajó hacia la oficina. Trabajaba en una aseguradora de autos y pensaba mantener su puesto allí hasta que se recibiera de kinesiología. Al terminar de trabajar, pasó a visitar a su madre y merendar con ella, como lo hacía cada jueves.

Dejó el teléfono sobre la mesita de luz después de mirar un poco su Instagram y, al cerrar los ojos para rendirse ante su somnolencia, escuchó gritos del piso de arriba. Le pareció como si Jimena, la del 5to B, se estuviera peleando con alguien. Solo que Jimena vivía sola y, hasta donde él sabía, no salía con nadie. Ahora se escucharon los gritos más claros, justo encima de la habitación: “no podés agarrar eso”, decía Jimena, “¡te dije que no Capitán, basta!”. La voz de la mujer dejó de oírse y Lucas, sin hacerse problemas, se durmió.

El viernes a la mañana, Lucas estaba esperando el ascensor para salir hacia la facultad y oyó nuevamente la voz de la vecina que retaba: “¡No! no podés hacer acá adentro”. El ascensor frenó a los pies de Lucas y, al abrirse la puerta, vio a Jimena que sostenía firme la correa de su nueva mascota, un asesino. El hombre tenía unos treinta y cinco años y era más petiso que su dueña. Llevaba una barba candado negra, que le quedaba bastante bien combinada con su pelada y unos ojos verdes cautivadores que seguramente le habrían venido muy bien en sus épocas de delincuente. Un short azul desgastado era su única vestimenta.

—Buenos días —saludó Lucas al entrar al ascensor.

—Hola —le respondió alegre Jimena.

—Ahora entiendo a quien le gritabas ayer —desde que se había mudado a ese departamento Jimena le parecía hermosa y tenía la fantasía de tener sexo con ella, así que a veces le daba charla.   

—Jaja si… se está acomodando a la casa.

—¿Cómo se llama?

—Alberto Fuston, pero en la cárcel lo llamaban Capitán —contestó Jimena acariciando en la nuca al asesino—. Que se yo, me parece agradable. Además, tiene cara de Capitán, je.

—Es verdad, le queda… —siguió, haciéndose el interesado—. ¿Y qué alimento se le da?

—Tiene problemas renales, así que las primeras semanas le tengo que dar uno especial balanceado —explicó Jimena—. Espero que no sea muy caro…

—Uh, pobrecito.

Llegaron a la planta baja, donde Lucas pensaba terminar la conversación, pero Jimena siguió hablando entusiasmada.

—Hacía un tiempo que quería una mascota, y cuando vi lo de los asesinos me puse a averiguar —ella explicaba.

—Que bien… —a Lucas no le interesaba ni un poco lo que le contaba su vecina.

—Completas un formulario —siguió ella—, te piden algunos papeles y a la semana te llaman para que vayas a elegir. Y a partir de los treinta días de adopción te descuentan los gastos que hagas del anual de ganancias, te cubren un porcentaje de la obra social y te dan esta credencial —saca del bolsillo un carnet azul y le ofrece a Lucas— que tiene descuento en estaciones de servicio y supermercados.

—Un montón de cosas —dijo Lucas mientras miraba el carnet y se lo devolvía a la dueña—. ¿Así que a este lo elegiste vos?

—Si. Lo vi y me pareció tierno.

—¿Y te dicen por qué estaba preso? —Lucas ya sonaba más interesado.

—Si no preguntás, no te dan mucha información —respondió Jimena poniendo cara de que eso no estaba bien—. Yo pregunté porque quería saber todo antes de traerlo a casa. Él estaba preso por asesinato. Parece que mató a dos personas para robarles y lo habían condenado a quince de prisión. Creo que le faltaban seis o algo así para salir.

—Ah…

Al salir del edificio saludó a la vecina. Ella no llegó a devolverle la cortesía porque casi se le escapa de las manos la correa de Capitán al poner un pie en la vereda. El asesino salió corriendo tras una señora que iba paseando a otra joven excarcelaria.

Ese fin de semana sería el primero que Lucas tendría libre después de un mes cargado con finales de la facultad. Era bastante meticuloso en sus métodos de estudio, por lo que las semanas previas a tener que rendir un examen no se hacía plan alguno más que trabajar y hablar por videollamada con su mamá dos veces por semana. Planeaba pasar el sábado libre viendo alguna serie que le llamara la atención, y el domingo recibir algún amigo que estuviera libre por la tarde.

Pasó el sábado tal como estaba pensado, con el agregado de los gritos de su vecina de arriba y algún objeto de vidrio que se caía, o golpes contra el piso. Parecía que su nueva mascota le estaba dando problemas.

El domingo cerca de las cuatro, llegó Manuel con medialunas. Mientras charlaban y se ponían al día entre ellos, las ya cansadas cuerdas de voz de Jimena llegaban a interrumpir cada tanto.

—Qué le pasa a la loca de acá arriba qué grita tanto? —preguntó Manuel después de un rato de escuchar sin parar el griterío del quinto piso.

—Es que le mandaron su asesino el jueves —explicó Lucas, con tono comprensivo. —¡Ah, sí! Justo me salió un anuncio de eso ayer en el Twitter de Casa Rosada —respondió Manuel mientras agarraba el celular.

—Sí… lo están sacando por todos lados, se ve que lo quieren implementar rápido. Mi vieja me dice que es porque no tienen más lugar en las cárceles, y esto es más barato que construir más.

—Mirá, acá está —le muestra Manuel.

Lucas agarró el celular de la mano de su amigo y leyó en silencio el anuncio, y Manuel aprovechó el momento para cebarse otro mate.

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El texto estaba acompañado de una imagen en la que se veían una mujer y tres hombres sin más ropa que un collar con una chapa colgando. Los rostros estaban inexpresivos, pero en el cabello de cada uno se apreciaba como si los hubieran bañado antes de tomarles la foto. Lucas se quedó unos instantes mirando la foto luego de leer el anuncio y se sobresaltó con un ruido de vidrios rompiéndose justo arriba de ellos seguido por un grito de enojo de Jimena.

Manuel miró al techo, también sobresaltado, y rompió el silencio que se había producido.

—Dicen que las primeras semanas son super importantes para educarlos y que se acostumbren a la casa y al nuevo dueño —parecía saber del tema.

—La verdad que ni idea. No me interesa tener mascotas… por eso nos dejamos de ver con Valentina, ¿Te acordás? —comentó Lucas.

—Ah, sí, sí. A mí me gustaría adoptar uno, pero no me animo.

—¿Por qué? —se interesó el dueño de casa.

—Porque leí que hay una probabilidad de que salga mal la reconfiguración cerebral —explicó—. No sé bien cómo funciona la verdad, es algo genético. El cerebro puede rechazar el tratamiento y nadie se da cuenta, porque al principio parece que sale todo bien.

—¿Y qué pasa si el cerebro no lo acepta? —quiso saber Lucas.

—Y, puede pasar que de un momento a otro…

Otro grito llegó desde arriba, seguido de pisadas fuertes como si estuvieran corriendo sobre sus cabezas. Lucas negó con la cabeza, como compasivo con su vecina.

—Que de un momento a otro se acuerde de su vida anterior decía —continuó Manuel— y mate al dueño, o a la familia, o a quien tenga cerca.

—Claro, es una locura —sentenció Lucas señalando el techo y cerrando el tema.

La conversación tomó otro rumbo y los ruidos de arriba continuaron sonando. Golpes de muebles, más vidrios rotos. En un momento se escuchó la voz de Jimena a los gritos y Lucas se alarmó.

—Che… —hizo una pausa para escuchar— parece que está llorando, ¿no?

Manuel intentó prestar atención a las palabras que llegaban desde el quinto piso.

—Si, es verdad… la está pasando mal en serio. Pareciera que…

Un sonido diferente a todos los que venían escuchando resonó desde el piso de arriba y en todo el comedor de Lucas: la voz del asesino. Los dos amigos se miraron un segundo y al siguiente se pararon. Manuel fue a abrir la puerta y Lucas corrió al lavadero, de donde volvió con un martillo que le ofreció a su amigo y un palo de hockey gastado que se quedó él.

Manuel abrió la puerta y ambos intentaron escuchar. Solo se oía silencio en el edificio. Salieron caminando sin decirse nada. Lucas le hizo un gesto a su amigo de que iban a ir por las escaleras para hacerlo despacio y sin ruidos. A pasos cortos se acercaron al primer escalón y nuevamente frenaron para escuchar. Silencio. Lucas comenzó a subir y Manuel detrás de él. Lucas llevaba el palo de hockey sobre el hombro, como un bateador esperando que le lancen la pelota. Manuel estaba igual de tenso, con el martillo en la mano izquierda y la derecha hecha un puño muy apretado. De repente, el tenebroso silencio se interrumpió por un golpe seco sobre el suelo del quinto piso. Los dos se miraron y terminaron de subir las escaleras corriendo hasta llegar a la puerta del departamento de Jimena. Se frenaron en seco para tratar de escuchar algo más desde dentro del departamento. Lucas le hizo un gesto a su amigo para que se corriera, dio dos pasos hacia atrás para tomar impulso y antes de pegarle una patada a la puerta justo a la altura de la cerradura. Sabía que en ese edificio las puertas parecían resistentes, pero no lo eran tanto. La madera se quebró, dejando a la vista el interior del departamento. Los dos dieron un paso dentro del lugar.

Adentro todo era caos y desorden. La mesa del living volteada, los sillones desgarrados, vidrios y papeles por el suelo. Lucas recorrió con la mirada todo el lugar y vio en la pared derecha una salpicadura de sangre. Al bajar los ojos encontró el cuerpo sin vida de Jimena y se llevó los brazos a la cabeza dejando caer el palo de hockey al piso. Lucas se abalanzó sobre ella y quedó de rodillas al lado del cuerpo de su vecina. La miró sin tocarla unos instantes hasta que encontró el golpe en la cabeza que seguramente le había causado la muerte.

Un ruido de vidrio lo hizo reaccionar y levantar la cabeza. Al hacerlo vio a Capitán corriendo hacia él, desnudo y con una madera en la mano. A un metro de distancia, el asesino liberó un grito estruendoso y Lucas cerró los ojos esperando el golpe que lo matara. Pero antes de eso, escuchó un sonido metálico y Capitán ahogó su grito. Al abrir los ojos vio a Manuel con los brazos colgando a sus costados y luego al asesino tumbado en el piso. Manuel dejó caer el martillo, se volteó y estiró la mano para ayudar a su amigo a pararse.

—Vamos —le dijo a Lucas, mientras él se paraba—, llamemos a la policía.

—Si… si… Dale.

Manuel miró su reloj, que le había quedado algo salpicado con sangre del preso y le dijo a su amigo.

—Dale que todavía tengo que pasar por lo de mi vieja y después la paso a buscar a Emma que vamos a cenar. Hoy es nuestro aniversario y no quiero que se me haga tarde.

—¡Uy es verdad! —reaccionó Lucas—. Andá tranquilo vos, yo me ocupo de la policía.

Manuel le agradeció y se despidió con un abrazo de su amigo en el piso de su departamento y siguió hasta la planta baja. Lucas le indicó que si no estaba la encargada para abrirle que le avisara y bajaría.

Lucas entró a su departamento y cerró la puerta con llave. Levantó las cosas que habían quedado de la merienda y las llevó a la cocina. Para terminar, pasó un trapo por la mesa y se desplomó en el sillón. Agarró su teléfono y marcó al 911.

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